Pistas para contar la migración, investigar historias en movimiento se propone responder varios interrogantes en tiempos en que la cobertura de estos temas configura una agenda, necesaria y urgente en sí misma, como igual de importante.
Los coautores de esta guía, dos mujeres y cuatro hombres: Camila Esguerra Muelle, profesora; Agus Morales y José Guarnizo, periodistas; Javier García, documentalista, y Ronal F. Rodríguez y María Clara Robayo León, expertos en relaciones internacionales, argumentan desde cinco ángulos distintos para responder al desafío que supone esta cobertura.
Esguerra Muelle, investigadora del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana, se refiere con claridad meridiana a que «las representaciones periodísticas (de las migraciones en los medios de comunicación) están permeadas, a veces de manera consciente otras no, por teorías sociales y sobre las migraciones ampliamente discutidas e incluso rebatidas». Y también amplía sobre cómo los discursos gráficos, escritos visuales y audiovisuales del periodismo tienen «capacidad performativa». Es decir que estos discursos periodísticos crean realidades no solo simbólicas —en el plano discursivo—, también otras que afectan la vida de las personas.
A la mirada de la investigadora se suma la de los periodistas que han estado en la cobertura de la migración, desde diversos lugares y momentos. Agus Morales, español, autor del libro No somos refugiados, se propuso construir un decálogo que sugiere a la hora de abordar el tema: dominar el lenguaje, construir una mirada, tener tiempo, pensar, buscar la larga distancia, ir contra las ideas dominantes, separar migraciones de solo los temas de seguridad, huir de la estética del sufrimiento, usar el sonido y recordar que en esencia los reporteros somos ladrones de historias.
José Guarnizo, editor de la revista Semana, se propone en su capítulo elaborar «una caja de herramientas que puede ayudar a mejorar las prácticas periodísticas a la hora de abordar una historia de migración. El propósito fundamental es contribuir con un grano de arena a la responsabilidad de informar sobre un proceso que les compete no solo al Estado y a los periodistas, sino a la humanidad entera».
Javier García, documentalista, asume otro riesgo y es responder en una entrevista cómo ha sido su experiencia cubriendo temas migratorios, y lo ha hecho desde el documental. Cuando comenzó en 1994 tomando fotografías para diversos medios en México y agencias de prensa, García no tenía claro a dónde lo llevaría esa pasión por narrar en imágenes la vida de los otros, que es la de nosotros mismos. Pero el antropólogo, músico e ingeniero apenas comenzaba a comprender la dimensión de la migración y lo que ella encierra, cuando la solidaridad se materializó en una imagen rápida y borrosa que no alcanzó a captar su cámara en un primer momento: brazos estirados saliendo de los vagones del tren, agarrando las bolsas con comida que lanzaban manos generosas desde los caminos maltrechos de la comunidad veracruzana, Amatlán de los Reyes. La historia sería la de ‘las Patronas’, las mujeres que les regalan alimentos a los migrantes en México.
Los investigadores de la Universidad del Rosario Ronal F. Rodríguez y María Clara Robayo León explican la migración venezolana como «un complejo panorama que demanda la articulación del Estado colombiano, acciones rápidas para cubrir las necesidades esenciales de una población que en gran medida requiere protección internacional, la definición de una política migratoria integral y un consenso social en el que diversos sectores dirijan acciones para recibir la migración desde un enfoque positivo y beneficioso para el país».
Finalmente, para avanzar en las historias que conjuguen las recomendaciones de la guía, Gabriel Arriarán, de Perú; Xiomara Montañez y Daniel Rivera, de Colombia; bajo la edición del cronista y maestro José Navia, hicieron tres coberturas periodísticas que derivaron en igual número de historias sobre lo que ocurre en las fronteras de Colombia con Perú, Brasil, Panamá y Venezuela.
Arriarán relata cómo «un número indeterminado de botes particulares y de transporte público van y vienen entre los puertos brasileños, peruanos y colombianos, tanto formales como informales, en un régimen de zona franca, sin que las autoridades de ninguno de los tres países hagan mayor esfuerzo por controlarlos o fiscalizarlos. El comercio y movilidad de las personas entre las tres fronteras es constante e intenso, mientras los controles migratorios en las ciudades gemelas de Leticia y Tabatinga, en Colombia y Brasil respectivamente, y en la isla de Santa Rosa, en el Perú, son mínimos».
Montañez explora el universo de las mujeres venezolanas: «Algunas con hijos, otras sin saber que en Colombia se convertirían en madres. Están entre los 18 y 30 años y viven en una residencia del centro de Bucaramanga. Allí, las necesidades, la desesperanza, la angustia, el amor y la solidaridad las ha unido hasta en algo tan íntimo como amamantar a sus hijos».
Rivera recorre la migración hacia Panamá y describe detalles como este: «Todos los migrantes viajan en una misma lancha desde Necoclí, Antioquia, y atraviesan el golfo de Urabá con mínima seguridad. Cada uno paga doscientos mil pesos por un trayecto que al turista no le cuesta más de setenta y cinco mil. Les tienen prohibido viajar con locales, no se pueden mezclar, y ninguno puede salir de Antioquia hacia la frontera si no tiene el consentimiento del coyote de turno».