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PRÓLOGO

Andar con
los otros

Ginna Morelo Martínez
Editora

Desde siempre, las mariposas y las golondrinas y los flamencos vuelan huyendo del frío, año tras año, y nadan las ballenas en busca de otra mar y los salmones y las truchas en busca de sus ríos. Ellos viajan miles de leguas, por los libres caminos del aire y del agua.

No son libres, en cambio,
los caminos del éxodo humano.


Los emigrantes, ahora, de Eduardo Galeano
El sollozo bajito de un hombre en el autobús en el que nos transportábamos de Popayán a Ipiales (Colombia) me sacudió de un insomnio cansado. Llevaba tres días de andar con 35 migrantes en un autobús desde Venezuela con destino a Tumbes, Perú, a finales de enero y comienzos de febrero del 2018 (El Tiempo, 2018). Era la medianoche y el hombre observaba en la oscuridad unas fotografías en su celular.
—Son mis hijos—, me dijo cuando se dio cuenta de que lo observaba respetuosamente. Y me pasó el aparato para que los viera.

En ellas, los dos chicos le sonreían a un padre vestido con uniforme de la policía.

Antes de que él notara mi sorpresa, me confió que era miembro de la Guardia Venezolana y me pidió que no se lo dijera a nadie. Era un migrante sin patria que huía de su país y también de la fuerza pública que representó. Los horrores le dolieron sin descanso y decidió emigrar en busca de un futuro más seguro.

Su historia es una de los 4 307 930 migrantes, refugiados y solicitantes de asilo venezolanos reportados por los gobiernos que los han recibido, según datos tomados de la Plataforma de Coordinación para Refugiados y Migrantes de Venezuela, a 5 de septiembre del 2019, creada por la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Esta cifra no implica identificación individual ni registro de cada persona que ha salido de Venezuela. La abrupta y acelerada migración tomó sin la debida planeación a los gobiernos de los países latinoamericanos, por lo que la metodología de procesamiento de datos estadísticos utilizada por cada Estado es distinta. «Como muchas de las fuentes de los gobiernos no toman en cuenta a venezolanos sin un estatus migratorio regular, es probable que el número total sea más alto», advierte la nota que transparenta estos datos. A los gobiernos los tomó desprevenidos, como a Colombia que ha tenido más vocación de expulsor que de receptor de migrantes, pero también a los periodistas.

Las fotografías de un éxodo que está cambiando a la región para siempre y que no se detiene son las de los caminantes venezolanos que han atravesado el páramo de Berlín, ubicado entre los departamentos de Norte de Santander y Santander en Colombia y las de los cientos de autobuses llenos de migrantes que han recorrido las distintas rutas de América Latina, las cuales conducen a Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Argentina, Bolivia, Uruguay y Brasil.

Los relatos suponen un desafío para los periodistas, quienes empujados por la fuerza de los hechos, la relevancia, el interés, pero también por la novedad y hasta la fascinación, han acelerado el paso para contarle al mundo lo que ocurre con la migración de venezolanos.

Ya en otras latitudes como Centro América, Oriente Próximo y África, por mencionar tan solo algunas regiones donde la migración es una constante, muchos reporteros también han atravesado mares, desiertos y fronteras para relatar esas historias. Esta realidad podría enmarcarse en una cifra que no es menor: 70,8 millones de personas en todo el mundo se han visto obligadas a huir de sus hogares, según datos de Acnur.

¿Cómo han hecho la cobertura los periodistas? Se han valido de las técnicas de la reportería para acercarse. Entrevistas, videos, fotografías dan cuenta de un fenómeno complejo que puede comenzar a entenderse si se lee previamente, pero que solo se comprende en su real dimensión cuando se anda con los otros, con los migrantes. Sin embargo, algunos de esos relatos muchas veces no parecen superar un tema que siempre permanecerá vivo: el dolor por el desarraigo, a pesar de que la movilidad humana reclama tantas otras miradas y ángulos como sea posible, porque es una historia que nunca acaba.

Justamente el jurista y dramaturgo español Antonio Garrigues Walker, quien fue presidente de honor de Acnur, se refirió en una entrevista a que «la historia de la humanidad es la historia de las migraciones». Todos los periodos históricos muestran la movilidad humana como una constante que se genera por múltiples motivos: gente que huye, gente que busca oportunidades. En cada caso las sociedades reaccionan de maneras diversas a la llegada de los extranjeros, casi siempre con sorpresa y miedo. Esos choques resultan muchas veces fuertes, porque quienes los reciben se sienten amenazados. El migrante y los habitantes del país receptor dejan ver sus peores lados cuando la idea de compartir lo poco o lo mucho se transforma de eventualidad a realidad.

¿Cómo se está cubriendo periodísticamente en América Latina la migración venezolana?, ¿qué tanto hemos estudiado el fenómeno, investigado el contexto y andado con los migrantes para poderlo explicar en su conjunto, con el objetivo de que los relatos no solo contribuyan a la información, sino también a evitar los estereotipos, la xenofobia y la aporofobia, por señalar solo algunos problemas?

El sociólogo venezolano Tulio Hernández, quien ha venido estudiando el fenómeno específico de su país, y al mismo tiempo ha cruzado esta realidad con otras ocurridas en distintos lugares del mundo, precisa en sus talleres de formación cuatro aspectos relevantes que a su juicio contribuirían a una cobertura responsable:

“No debe haber un ‘nosotros’ y un ‘ellos’: Y se refiere con esto a derribar las barreras que se levantan desde el discurso entre las personas nacidas en un lugar y las que llegan desde fuera”.
“Es fundamental desmontar estereotipos: Al mencionar de manera constante el origen y la religión de los migrantes, o vincularlos a cuestiones estructurales como la delincuencia y la marginación, se incurre en un discurso que favorece la creación de estigmas y estereotipos. Por eso hay que desmontarlos desde los medios con datos e información veraz y evitar terminología bélica o catastrofista: tsunami, avalancha, alud, irregular”.
“¿Tomar posición?: Tomar partido en una cuestión social trascendente es decisión editorial del medio, por lo que no se puede recomendar una militancia concreta. Sí se puede, sin embargo, recomendar que se haga un tipo de periodismo responsable y crítico desde la perspectiva de los derechos humanos y, en particular, de los convenios internacionales que enuncian derechos especiales para desplazados, immigrantes y refugiados”.
“Uso cuidadoso de las imágenes: Cuando se tratan temas relacionados con la inmigración es indispensable ser tan rigurosos con las palabras como con las imágenes. En la cobertura de estos fenómenos se suele abusar de imágenes muy potentes, siempre centradas en momento críticos y dramáticos que registran a los inmigrantes en situaciones de vulnerabilidad, subrayan su condición de pobreza, o que simplemente toman imágenes de masas y grupos que despojan a los protagonistas de sus humanidad, sus individualidades y sus historias personales”.
Entre pistas y relatos
Pistas para contar la migración, investigar historias en movimiento se propone responder varios interrogantes en tiempos en que la cobertura de estos temas configura una agenda, necesaria y urgente en sí misma, como igual de importante.

Los coautores de esta guía, dos mujeres y cuatro hombres: Camila Esguerra Muelle, profesora; Agus Morales y José Guarnizo, periodistas; Javier García, documentalista, y Ronal F. Rodríguez y María Clara Robayo León, expertos en relaciones internacionales, argumentan desde cinco ángulos distintos para responder al desafío que supone esta cobertura.

Esguerra Muelle, investigadora del Instituto Pensar de la Pontificia Universidad Javeriana, se refiere con claridad meridiana a que «las representaciones periodísticas (de las migraciones en los medios de comunicación) están permeadas, a veces de manera consciente otras no, por teorías sociales y sobre las migraciones ampliamente discutidas e incluso rebatidas». Y también amplía sobre cómo los discursos gráficos, escritos visuales y audiovisuales del periodismo tienen «capacidad performativa». Es decir que estos discursos periodísticos crean realidades no solo simbólicas —en el plano discursivo—, también otras que afectan la vida de las personas.

A la mirada de la investigadora se suma la de los periodistas que han estado en la cobertura de la migración, desde diversos lugares y momentos. Agus Morales, español, autor del libro No somos refugiados, se propuso construir un decálogo que sugiere a la hora de abordar el tema: dominar el lenguaje, construir una mirada, tener tiempo, pensar, buscar la larga distancia, ir contra las ideas dominantes, separar migraciones de solo los temas de seguridad, huir de la estética del sufrimiento, usar el sonido y recordar que en esencia los reporteros somos ladrones de historias.

José Guarnizo, editor de la revista Semana, se propone en su capítulo elaborar «una caja de herramientas que puede ayudar a mejorar las prácticas periodísticas a la hora de abordar una historia de migración. El propósito fundamental es contribuir con un grano de arena a la responsabilidad de informar sobre un proceso que les compete no solo al Estado y a los periodistas, sino a la humanidad entera».

Javier García, documentalista, asume otro riesgo y es responder en una entrevista cómo ha sido su experiencia cubriendo temas migratorios, y lo ha hecho desde el documental. Cuando comenzó en 1994 tomando fotografías para diversos medios en México y agencias de prensa, García no tenía claro a dónde lo llevaría esa pasión por narrar en imágenes la vida de los otros, que es la de nosotros mismos. Pero el antropólogo, músico e ingeniero apenas comenzaba a comprender la dimensión de la migración y lo que ella encierra, cuando la solidaridad se materializó en una imagen rápida y borrosa que no alcanzó a captar su cámara en un primer momento: brazos estirados saliendo de los vagones del tren, agarrando las bolsas con comida que lanzaban manos generosas desde los caminos maltrechos de la comunidad veracruzana, Amatlán de los Reyes. La historia sería la de ‘las Patronas’, las mujeres que les regalan alimentos a los migrantes en México.

Los investigadores de la Universidad del Rosario Ronal F. Rodríguez y María Clara Robayo León explican la migración venezolana como «un complejo panorama que demanda la articulación del Estado colombiano, acciones rápidas para cubrir las necesidades esenciales de una población que en gran medida requiere protección internacional, la definición de una política migratoria integral y un consenso social en el que diversos sectores dirijan acciones para recibir la migración desde un enfoque positivo y beneficioso para el país».

Finalmente, para avanzar en las historias que conjuguen las recomendaciones de la guía, Gabriel Arriarán, de Perú; Xiomara Montañez y Daniel Rivera, de Colombia; bajo la edición del cronista y maestro José Navia, hicieron tres coberturas periodísticas que derivaron en igual número de historias sobre lo que ocurre en las fronteras de Colombia con Perú, Brasil, Panamá y Venezuela.

Arriarán relata cómo «un número indeterminado de botes particulares y de transporte público van y vienen entre los puertos brasileños, peruanos y colombianos, tanto formales como informales, en un régimen de zona franca, sin que las autoridades de ninguno de los tres países hagan mayor esfuerzo por controlarlos o fiscalizarlos. El comercio y movilidad de las personas entre las tres fronteras es constante e intenso, mientras los controles migratorios en las ciudades gemelas de Leticia y Tabatinga, en Colombia y Brasil respectivamente, y en la isla de Santa Rosa, en el Perú, son mínimos».

Montañez explora el universo de las mujeres venezolanas: «Algunas con hijos, otras sin saber que en Colombia se convertirían en madres. Están entre los 18 y 30 años y viven en una residencia del centro de Bucaramanga. Allí, las necesidades, la desesperanza, la angustia, el amor y la solidaridad las ha unido hasta en algo tan íntimo como amamantar a sus hijos».

Rivera recorre la migración hacia Panamá y describe detalles como este: «Todos los migrantes viajan en una misma lancha desde Necoclí, Antioquia, y atraviesan el golfo de Urabá con mínima seguridad. Cada uno paga doscientos mil pesos por un trayecto que al turista no le cuesta más de setenta y cinco mil. Les tienen prohibido viajar con locales, no se pueden mezclar, y ninguno puede salir de Antioquia hacia la frontera si no tiene el consentimiento del coyote de turno».


La doble agenda
Los coautores de Pistas para contar la migración coinciden en que toda cobertura en caliente también exige la construcción de una doble agenda que aborda, además de lo testimonial, otros temas: las oportunidades que se generan a partir de lo que gana el país receptor, en todo sentido, que es justo lo que pierde el que expulsa a sus nacionales; y la planeación estratégica y legal de los Estados para hacer sostenibles la asistencia, atención, refugio e inserción laboral de los inmigrantes.

Este es quizá el reto mayor que la cobertura de la migración le supone al periodismo, la construcción de una agenda interesante, innovadora, rigurosa y de servicio, que se amplíe hacia esas dos dimensiones: las historias y la investigación analítica, no solo descriptiva, también prospectiva, a partir del uso de los datos.

A la hora de construir una agenda, decídase primero a:
Para explicar la justa medida de una cobertura que se sitúa en el centro de lo humano, como lo es la migratoria, traigo a colación una reflexión del experimentado fotorreportero español Javier Bauluz, fundador del sitio web Periodismo Humano y ganador del Premio Pulitzer en 1995, quien dijo en una entrevista a la revista digital Jot Down: «Quiero que mis fotos vayan al corazón o a la cabeza, no al estómago. Me parece un error tan grande no mostrar nada como mostrar demasiado».

Justo eso me produjeron las fotos del exguardia venezolano con sus hijos. Primero fueron directo a mi corazón, movieron las emociones que luego transformé en necesidad de explicar el fenómeno en su dimensión externa, esto es en los países que reciben a los migrantes; como en su dimensión interna: quién es el gobierno expulsor y cómo es el territorio de donde salen. A partir de ese momento, de andar con los 35 inmigrantes, pude entender un desafío que merece permanencia en la agenda periodística.

Pude sentir la desesperación, al tiempo que la esperanza.
En inmensas caravanas, marchan los fugitivos de la vida imposible.
Viajan desde el sur hacia el norte y desde el sol naciente hacia el poniente.
Les han robado su lugar en el mundo. Han sido despojados de sus trabajos y sus tierras. Muchos huyen de las guerras, pero muchos más huyen de los salarios exterminados y de los suelos arrasados.

Los emigrantes, ahora, de Eduardo Galeano
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